viernes, 22 de marzo de 2019

Seas quien seas, debes ver "Six Feet Under" (A dos metros bajo tierra - Crítica)

Hace una semana terminé A dos metros bajo tierra (aunque yo prefiero llamarla Six Feet Under), y... no tengo palabras. Ni poniendo a trabajar la absoluta totalidad de neuronas (tampoco son muchas) que poseo con el único propósito de describir las emociones que esta obra maestra audiovisual me ha transmitido conseguiría hacerle la más mínima justicia.
Vale, perdón por ponerme pedante. Prometo que no voy a seguir esta crítica-análisis con ese estilo insoportable, pero es que... tío, la serie realmente ha calado hondo en mí. Me ha afectado en partes que creía ya oxidadas hace tiempo. Tal es su poder.


Evitaré hacer ninguna clase de spoiler hasta previo aviso, así que puedes seguir leyendo tranquilamente.

No tengo ni idea de cómo abordar esto. Dudo que yo tenga algo significativo que decir sobre una serie tan aclamada que terminó hace 14 años (¿14 años del 2005? Estoy viejo, joder). No obstante, voy a intentarlo. Porque merece la pena. Porque es una de las mejores series de televisión que se han realizado y se realizarán nunca. Porque, a pesar de que sí tiene su pequeño grupo de seguidores, sigue siendo una pequeña joya mayoritariamente desconocida para el gran público.

¿De qué va? El día a día de una familia que lleva una funeraria. Cómo encaran la vida y lidian con la muerte.

¿Ya la has visto? Recuérdala conmigo. ¿No la has visto? Compañera, compañero, dedícame un poco de tu tiempo, si no te importa. Quiero hablar un poco contigo. Mi intención es crear en ti cierto nivel de interés para, con un poco de suerte, convencerte de que le des una oportunidad a Six Feet Under (SFU). Créeme: no te arrepentirás.




Después de uno de los mejores episodios piloto jamás concebidos, el espectador tendrá gran cantidad de dudas revoloteando por su cabeza. La más destacable será... ¿cómo coño va a continuar esto?
La serie se nos presenta como un drama familiar de sencilla premisa. El argumento general del primer capítulo (y la misma serie) no parece ofrecer nada nuevo al panorama cinematográfico... y sin embargo, solo hace falta ver un par de minutos para darnos cuenta de lo equivocados que estábamos.
A nivel superficial trata sobre la típica familia disfuncional; pero la realidad no puede estar más lejos. Seremos testigos de una extensa (la más extensa, diría yo) exploración de los sentimientos humanos y todo lo que conllevan. Nada menos.
Como ya he mencionado, el primer capítulo llega pisando fuerte para quebrar nuestros corazones (y me disculpo por la cursilería, pero no hay otra forma de ponerlo). Introduce de forma absolutamente magistral un puñado de personajes de gran complejidad a quienes conoces e identificas inmediatamente, a la par que nos brinda valiosísimas reflexiones sobre la vida y la muerte. Y es solo el principio. Lo mejor es que en mitad de todo este caos visceral, la serie se las arregla para ser, en ocasiones, increíblemente divertida. Más de lo que gusta admitir, puesto que las situaciones mostradas no deberían hacer puta gracia. Humor negro y antisistema en su máximo esplendor.

Eso es SFU. Una compilación de comedia, tragedia, dolor y optimismo. Una producción que comprende los sentimientos humanos a la perfección y, en consecuencia, los trata con un realismo sobrecogedor, capaz de doblegar hasta a la persona más insensible. Expresa el drama terrenal, personal y colectivo, de la forma más madura y acertada posible.
Por momentos puede alcanzar una intensidad emocional enorme, arrolladora. Sabe tocar la fibra sensible con una destreza inaudita. Ya en nada más que la primera temporada, varios episodios me tuvieron al borde de las lágrimas (o más).
Y en otros momentos puede llegar a ser una sorprendente bomba de traviesa diversión. Irreverente, descarada y desvergonzada. Toca todos los temas socialmente incómodos o difíciles de tocar (más controvertidos todavía en su época) sin mirar atrás.


¿Cómo consigue todo esto? ¿Cómo transmite tales sensaciones con esa increíble potencia?

Sus personajes. SFU comprende, al igual que las más grandes obras, que la clave está única y exclusivamente en ellos. Crea personajes únicos y los hace evolucionar de forma brillante mezclando problemas personales con asuntos de escala global tales como la vida, la muerte, el odio, la sexualidad, la aceptación de los demás y (más importante) de uno mismo.

Estos protagonistas no son figuras perfectas que consiguen todo lo que quieren. Más bien, son personas en constante cambio, cargadas de fallos hasta la médula, cuya felicidad se ve constantemente amenazada por problemas externos e internos. La profundidad psicológica obtenida rivaliza con la de obras maestras como Los Soprano, The Wire o Breaking Bad.
La serie los expone al desnudo ante el público y aprovecha cada segundo de metraje para desarrollarlos. Poco a poco nos revelan sus defectos, habilidades, gustos, miedos y obsesiones. Llegamos a un punto en el que (casi) podemos predecir sus comportamientos. Al mismo tiempo, el guion hace un trabajo excepcional describiendo la vida individual de cada uno. Contemplamos las nuevas situaciones que deben enfrentar y cómo las enfrentan, de manera que comprendemos sus progresos y alteraciones de conducta a lo largo de las temporadas.


Ahora bien, el apartado en el que SFU brilla con más intensidad son las relaciones forjadas entre los dispares personajes. Romances, amistades, hermandades y mucho más. Casi podríamos decir que son el auténtico motor de la serie. La mayoría de veces son estos vínculos los que mejor definen a cada individuo, pues sacan a flote sus partes más sinceras y resaltan sus peores imperfecciones. Estamos tan interesados en los miembros, tanto individualmente como en pareja, que las situaciones mundanas están imbuídas en gran tensión... Incluso cuando todo parece ir bien (pues sabes que tal alegría es pasajera).


Uno de mis aspectos favoritos es el método con el que maneja la exposición. Las técnicas y procedimientos utilizados para investigar los pensamientos ocultos de los personajes son, posiblemente, las mejores y más originales que he visto desde hace muchísimo. Para relatar cómo se sienten los protagonistas, los escritores no recurren a diálogos aburridos en los que se nos cuenta todo directamente, sin autenticidad. Toman inspiración de cineastas clásicos como Ingmar Bergman, y elevan tal estilo a la enésima potencia. Tenemos:
- Escenas oníricas y surrealistas que ocurren en la imaginación del personaje y guardan un claro significado (bailes extravagantes para simbolizar el optimismo o cosas por el estilo)
- El contraste que ocurre entre la expectativa imaginada y la sobria realidad.
- Y lo más especial: diálogos de personas consigo mismas, representando sus conflictos internos. La parte racional del sujeto está representada por él mismo, pero sus inseguridades le hablan en forma de personas recién fallecidas (relacionadas con el miedo específico que pesa en su cabeza). Una forma simplemente magistral de recrear las inquietudes personales y la autosuperación.

SFU nunca se detiene a explicarte por qué cada uno hace lo que hace; simplemente nos lo muestra, y nosotros debemos hilar los cabos por nuestra cuenta. No es difícil, pero sí es muy satisfactorio y nos introduce de lleno en el mundo donde viven.

Fuera esterotipos. Fuera trucos baratos de guionistas vagos. Fuera prejuicios y comportamientos preconcebidos según aspectos superficiales. Aquí no hay sitio para tonterías de ese calibre. Las personas se definen por sus actos, y punto. Mujeres, hombres, heterosexuales, homosexuales, viejos, jóvenes, blancos, negros, latinos, orientales... nada de eso significa nada. La naturalidad que posee cada individuo logra el realismo absoluto, tanto, que no creemos estar viendo gente ficticia. No importa quién seas: seguro que hay, como mínimo, una subtrama con la que te puedes identificar. En concreto, la perspectiva que la serie adopta respecto de la homosexualidad es, posiblemente, la mejor que se ha tomado nunca en un producto cinematográfico (según tengo entendido, ayudó a muchas personas a salir del armario).
El amor y cariño que tomarás por los personajes es ilimitado. Los veremos en sus mejores y peores momentos. Llegado un punto, el nivel de cercanía e intimidad que adoptan es tal, que los consideramos... reales y cercanos. Como resultado, nosotros compartimos sus vivencias y sufrimos a su lado. Los Fisher terminan formando parte de nuestra vida. Por eso, cuando la tragedia llama a la puerta, el impacto que nos produce no tiene comparación.

No esperes una narración lineal clásica o una trama definida, porque no existe. Los personajes y sus peculiaridades son el foco principal. Los episodios tienen una singular estructura puramente individual y (casi) autoconclusiva. Por esto, la experiencia es totalmente impredecible. Los eventos significativos de la trama no ocurren hasta llegados los últimos capítulos de la temporada; no obstante, ver la serie esperando que estos ocurran es absurdo. Céntrate en el presente. Disfruta cada momento. Empápate con cada episodio. Vive el día a día con los Fisher. Y más importante: saca todo lo que puedas de cada capítulo. Hazme caso, hay muchas pequeñas enseñanzan y valores con los que merece la pena quedarse.


El nivel de las interpretaciones es descabellado. Siendo SFU una serie que exige la manifestación de un rango tan amplio y complejo de emociones, me parece un milagro que no haya ni un solo actor o actriz que desentone. Logran la naturalidad y la fusión definitiva con sus personajes. El elenco completo, secundarios incluidos, están al nivel de cualquier premio existente. Sin embargo, hay algunos que destacan. Peter Krause. Michael C. Hall. Rachel Griffiths. Frances Conroy. Lauren Ambrose. Freddy RodríguezMathew St. Patrick. James Cromwell. Sin ellos, esta obra no podría haber alcanzado su máximo potencial. ¿Dónde habéis estado todo este tiempo y POR QUÉ no sois los intérpretes más cotizados de la historia? A decir verdad, hasta los putos bebés en esta serie hacen actuaciones de 10, joder.


La primera temporada es una maravilla en todos los sentidos. No hubo ni un solo episodio en el que no me hallara totalmente inmerso. Descubrir lentamente el mundo de los Fisher fue una experiencia única. La ironía, la comedia negra, los dilemas morales que sufren los personajes... Es un 10. Una de las mejores primeras temporadas que se han rodado nunca, con un final absolutamente perfecto. Difícil lo tenía si quería mantener el nivel.
Y lo hizo.
La siguiente, aunque para mí no alcanzó el nivel de la anterior (por poco), siguió siendo una obra maestra que continuó explorando el legado de los Fisher. Si la primera temporada fue el ascenso a la gloria, esta segunda inició la caída en picado hacia la decadencia.

Algo extraño pasó con la tercera temporada. Debido a un trascendental suceso que no mencionaré (ir a la zona spoiler para más información) algunos de los mejores personajes quedaron... estancados. Sus subtramas perdieron atractivo. Y no pasó porque la serie hubiera perdido talento técnico o inventivo, ni mucho menos. Ocurrió, simplemente, porque la vida dió un vuelco para los Fisher. La naturalidad, complejidad y realismo se mantuvieron. Los guiones espléndidos no cambiaron. Pero aun así, los primeros episodios daban una experiencia... fría. Que esto sucediera en un producto como SFU, donde cada episodio funcionaba tan bien por sí solo, me resultó extraño. Poco después, la temporada volvió a la carga con su impecable intensidad emocional y un excelente final.

A la cuarta temporada le ocurrió exactamente lo mismo. Por momentos, la serie se volvía repetitiva, como si hubiera agotado su combustible de creatividad. Tras un asombroso primer capítulo, no cogió fuerza hasta el agónico y magnífico quinto episodio. A partir de ahí, la calidad fue conservada.

¿Por qué pasó esto?

No lo entendí hasta que llegó la quinta y última temporada.
Y es que vaya una temporada. Cautiva desde el primer segundo. Retorna ese humor irónico y gamberro característico de los inicios. Los personajes emprenden la ruta en dirección al gran desenlace. Todo lo que la serie ha estado construyendo hasta ahora conducía hacia este momento. El terreno ya ha sido preparado. Es hora de que todos los cabos sueltos, todas las tramas, encuentren su clímax final.
Conforme va avanzando, la tragedia se cierne poco a poco sobre los personajes y los espectadores. Seguir se convierte en una seductora experiencia dolorosa que nos destruye sin piedad. No tenemos ni idea de cómo acabará todo, pero una cosa está clara... no va a ser bonito.

Entonces llegan los últimos momentos del último capítulo. La catarsis. Algunos de los mejores minutos que la cinematografía ha ofrecido y ofrecerá jamás. Indudablemente, el mejor final que ha tenido nunca cualquier serie de televisión. No hay discusión. Tras enfrentarnos al hecho de nuestra propia muerte en ese último momento de interminables lágrimas y emociones desbordadas, acabamos entendiendo por qué la historia ha sido como ha sido. El auténtico significado de los supuestos tropiezos y tramas menos interesantes. Todo, absolutamente todo tenía que salir así, para que el final nos golpeara con esa fuerza con la que nos golpea, transmitiendo la enseñanza definitiva. Si todo hubiera ocurrido de otra forma, la conclusión no habría conseguido ser tan rotunda. Tan inmejorable. No había alternativa posible para completar su mensaje final de la mejor, más clara y contundente forma posible: VIVE. Vive sin miedo. Vive porque, algún día, morirás. Y no es la muerte aquello en lo que deberás concentrarte mientras existas, sino en la VIDA.

Por sus inmunerables lecciones. Por la perspectiva que me ha otorgado del mundo. Por aunar como nunca entretenimiento, calidad y ética. Por cambiarme la vida.
10/10



ZONA SPOILER

Es la hora de los agradecimientos que dan vergüenza ajena y no te recomiendo leer si no quieres un exceso de azúcar en sangre. Bieeeen.

No, pero ahora en serio. Debo hacerlo. No podría vivir tranquilo sin agradecer la existencia de Nate Fisher, uno de los personajes más trágicos que haya vivido en obra ficticia alguna. Porque representa qué ocurre cuando uno cede ante las exigencias sociales, ante aquello que no quiere hacer pero, por alguna razón, se ve obligado a hacer. Tras su operación y posterior matrimonio con Lisa, Nate se volvió un personaje... aburrido. Insulso. En todo momento me preguntaba ¿qué ha sido de mi verdadero Nate? ¿Dónde quedó esa persona alegre, autónoma, despreocupada y digna de admiración?
Nate nunca tomó las riendas de su propia vida. Es el ejemplo más fehaciente del drama humano. No sabe ni tiene lo que quiere. Pierde todo lo que consigue y, por mucho que se conforme y aprenda, él y la felicidad son incapaces de durar juntos. Ya desde el comienzo mostraba crisis existenciales de ese estilo, y todo empeoró en esa agonizante tercera temporada.
Y aunque tal desarrollo propició un comienzo de temporada menos interesante... la serie no perdió calidad por ello. Si estás describiendo la vida de personas reales, tarde o temprano vas a encontrar fragmentos monótonos, ¿verdad? Al fin y al cabo, no deja de ser un guion excelente, puesto que sufrimos el estado de Nate tanto como él. Queremos que vuelva a ser él mismo. No podemos aguantar verle siendo una sombra, una cáscara vacía de lo que una vez fue.
Nate nunca mereció nada de lo que le pasó. Dentro de lo que cabe, fue una buena persona, tío. Queríamos verle feliz con Brenda. Y cuando finalmente volvieron... seguía sin ser suficiente. La vida no podía darles un respiro.
Verle marchar es durísimo. Es tan doloroso porque las posibilidades de rehacerse, de volver a empezar, de enmendar sus errores, de ser feliz... se marchan de repente. En un segundo. Llevamos toda la serie buscando su catarsis, el momento en el que alcance la felicidad... y la muerte se lo ha denegado. A él y a nosotros.

No obstante, su arco argumental y trágico desenlace, por imposible que parezca, nos inspira. Es inaudito. Observamos todos sus fallos y así es como comprendemos finalmente la enseñanza vital de vivir. Solo cuando lo vemos morir sin nada entendemos, de forma sincera, que hay que aprovechar cada segundo que estamos sobre tierra, porque cuando estemos a dos metros bajo ella será tarde.
No existe dios. No existen el cielo. Solo el presente, y se está acabando minuto a minuto.



Gracias a David y Keith, sin duda alguna la pareja más adorable de la serie. Sufrimos en sus carnes los problemas que la injusta sociedad les hace enfrentar por su propia sexualidad. El episodio del chico gay asesinado por los homófobos y cómo esto afecta a David es... difícil de ver. Dificilísimo. Y si a mí me ha afectado así, no quiero imaginar lo identificadas que se sentiran las personas homosexuales, pues es algo que, desafortunadamente, les habrá tocado vivir en alguna ocasión.

No tiene precio verlos mientras se sacan el uno al otro lo mejor y lo peor de sí mismos. Deben emprender la misión más compleja: aceptarse tal y como son. El espectador busca su felicidad juntos, porque realmente pegan, joder. Hacen una pareja preciosa, y cada vez que su unión se ve amenazada, estamos en total tensión.
Durrell y Anthony son amor.

Cuando antes de perecer lo último que David ve es a Keith... las lágrimas son incontrolables.



Gracias a Ruth. ¿Por qué le cuesta tanto dejarse llevar y ser feliz? Porque no es fácil, incluso cuando tenemos lo necesario delante. Nos representa a todos aquellos que hemos vivido siempre de una forma muy específica, y a la hora de enfrentarnos al cambio y acostumbrarnos a las nuevas épocas... no sabemos cómo hacerlo. Hemos de desenterrar una parte nuestra atrofiada y desconocida de nuestro ser. Sus escenas y su psicología son fascinantes en todo momento. La vemos como una persona perdida en el mundo y en sí misma, que anda vagando buscando algo que no conoce y que no parece llegar. Creía que iba a morir sola, sin nadie que la amara a su lado. Y por eso, cuando vemos al grandísimo George, su último amor verdadero, sosteniendo su mano en los segundos finales de su vida, antes de reencontrarse con su hijo y marido original... es otro momentos donde las lágrimas brotan sin cesar.



Gracias a Brenda. Ese personaje autodestructivo y confuso que lleva toda su existencia cargando con demasiado peso en sus espaldas. De mis personajes favoritos, cómo no. En su ausencia, la serie pierde una parte irreemplazable. Al igual que Nate, nunca tuvo las riendas totales de su vida, pero en el caso de ella es peor, puesto que es extremadamente inteligente y consciente. El potencial desperdiciado que tiene como persona es simplemente funesto. No somos tan listos como ella, pero aun así podemos entender su desesperación y confusión (no dejan de ser sentimientos comunes en los humanos). Queremos su felicidad, la necesitamos. Y por eso, tras la eterna agonía que son los últimos capítulos, es tan satisfactorio y hermoso verla finalmente con sus deseados hijos y aun así unida todavía a la familia Fisher.


Maya. Federico. Vanessa. Billy. Lisa. BettinaGabe. SarahMargaret. Edie. Hiram. Nikolai. Russell. Gracias a todos. Hasta a los pesados.


Gracias a Claire, esa adolescente con la que me identifiqué tanto al principio. La serie no solo comprende el mundo adulto, sino el juvenil también, y solo me queda alabarla por ello. Su desarrollo y forma de actual son tan reales que, poco a poco, comencé a tenerle un poco de asco... porque me veía cada vez más y más reflejado en ella. Pasé de estar "enamorado" de ella a repelerla cuando la conocí un poco más, tal y como si hubiera sido una chica real. Sus defectos, quejas caprichosas, meteduras de pata y pensamientos ásperos, desagradables y taciturnos son una descripción perfecta de la adolescencia y la entrada en el mundo maduro. Sin embargo, a pesar de todo, en el fondo no podemos evitar quererla y desear lo mejor para ella, porque comprendemos su situación y su mundo. Todos hemos pasado (y estamos pasando) por ahí. Sobre Claire es colocada la mayor carga dramática de la escena final, y con razón: su vida comienza, al igual que la nuestra.

Cuando vemos morir a estas personas que ya formaban parte de nosotros, perdemos un pedazo de nuestra vida. La serie termina convirtiéndose en una especie de persona, y al terminar, sentimos como si realmente hubiéramos perdido un ser querido. Después de la última escena, no me recuperé del todo hasta varios días después. No obstante, el final no transmite un sentimiento de desconsuelo y tristeza sin remedio. Aunque no deja de ser una sensación amarga, en ella predomina el optimismo. Un optimismo que viene acompañado por la alegría que conllevan las nuevas posibilidades y puertas abiertas en nuestro camino personal, las intensas emociones experimentadas y la impresión de que hemos terminado uno de los mejores trabajos artísticos que veremos jamás.

Termina con incógnitas inconclusas y arcos sin terminar, sí... tal y como la misma vida, ¿no?