viernes, 13 de abril de 2018

Crítica "La Forma del Agua" (The Shape of Water): aunque bien contado, un cuento no deja de ser más que un cuento.

No hay duda, The Shape of Water es una película que no viene exenta de polémica. Y no es para menos: ha sido la ganadora de 4 premios Oscar (entre ellos mejor película y mejor director) en un año bastante decente en cuanto a cine, si me lo preguntáis. Ahora bien, esta decisión no parece estar en sintonía con gran parte del público, que no ha dudado a la hora de quejarse. Es más, una extensa mayoría ha calificado la película como auténtica bazofia.

¿Cuál es mi opinión respecto a todo esto? ¿Pienso que The Shape of Water es una gran obra, o por el contrario me hallo de acuerdo con la opinión popular y aseguro que está terriblemente sobrevalorada?

Pues, sincermanete, me hallo en el medio de esos dos. Y no es porque yo sea un tipo muy "guay", es solo mi opinión sincera. Creo que no es una mala película y mucha gente se ha confundido a la hora de juzgarla, pero también pienso que no es una gran obra, ni mucho menos la mejor película del 2017.


Primero y principal, el filme cuenta con actuaciones buenas y merecedoras de sus respectivas nominaciones. Sally Hawkins se siente como pez en el agua (qué gracioso soy, ¿eh?) en su papel de limpiadora muda creíble a la vez que tierno; y tanto Octavia Spencer como Richard Jenkins interpretan personajes secundarios que se hacen querer, con los que uno se encariña bastante.
Aunque Michael Shannon consigue que temamos y odiemos al villano, él sigue sin salirse de su típico registro de "tipo enfadado gritón".



The Shape of Water es un cuento. Un cuento adornado hasta más no poder por un director competente que consigue darle un poco de verosimilitud, pero un cuento al fin y al cabo; por lo tanto, posee todas las ventajas y desventajas que esto conlleva.

La historia no es nada del otro mundo (de hecho, es un romance bastante simple). Sin embargo, del Toro le aporta un aire algo más fresco haciéndola extrañabizarra y morbosa. Tales características no solían ser compartidas por películas de temas similares a esta, así que es un punto positivo para el director.
Su maestría visual no tiene límites. Tanto en la recreación de la atmósfera de los años 60 (que impregna las calles, casas e instalaciones subterráneas) como en el realismo visceral de los efectos especiales y prácticos (integrados majestuosamente en cada plano), Guillermo del Toro realiza una película visualmente perfecta; inundándonos continuamente con extravagantes imágenes que a pesar de su aura alienígena se sienten terriblemente auténticas.
También controla el ritmo con estilo para que el resultado no resulte pesado en exceso. El visionado es disfrutable, no se hace cuesta arriba y a partir de la segunda mitad engancha bien.

Como cuento que es, posee numerosas metáforas (como la podredumbre del villano, Strickland) y moralejas efectivas: el filme está protagonizado por personas desgraciadas que debido a sus condiciones físicas (o mentales) no encajaban en aquella sociedad. Están solas, se sienten raras, acomplejadas, necesitadas de alguien que les quieran por cómo son; de manera que serán capaces de apreciar a los demás (incluso a... bueno, ya sabéis) por lo que son en el interior y no por las cosas de las que carezcan o por cómo luzcan en el exterior.

Pero, amigos míos, es aquí donde terminan las ventajas. La naturaleza implícita del filme acaba traicionando al mismo, impidiéndole ser algo más.
Aunque la mona se vista de seda, mona se queda. Este viejo refrán es cierto en el caso de The Shape of Water pues la cinta es una fantasía inverosímil, y a pesar de ello, el director intenta dotarla de verosimilitud con cada acción y cada plano, creando así una mezcla totalmente incompatible.
¿Por qué?
Porque el guión tiene más agujeros que Sony en El Padrino, creando una contradicción en la experiencia. Los cuentos están creados para no ser reales, todo lo contrario, son simples y la imaginación puede fluir sin problemas; el problema viene cuando la película quiere que la tomemos en serio. Lo único que consigue así es que la extensa mayoría de (absurdas) situaciones parezcan forzadas hasta la saciedad, logrando que los más quisquillosos empiecen a sacar incoherencia tras incoherencia sin cesar.
Voy a dar algunos ejemplos, aquellos que no queráis spoiler saltad este párrafo: instalaciones de supuesta máxima seguridad vigiladas por un único puñetero policía (¿qué demonios es esto? ¡Así me cuelo hasta yo! ¡Y de hecho podría hacerme unas galletas con leche junto al espécimen mientras charlamos un poco de política, porque allí no hay ni cámaras!); Strickland es el arquetipo del malo estúpido pero viaja a la velocidad de la luz y encima sabe exactamente dónde viven dos empleadas casi aleatorias; además, tenemos la relación entre Esposito y el monstruo apresurada a más no poder, de forma que por mucho que ella sea muda o se sienta incompleta, es imposible tragársela, por favor.



¿Cuál es la conclusión final, entonces?
No es mala de ninguna manera si el espectador se la toma como lo que es: una fábula efectiva y muy bien dirigida pero demasiado básica, de final predecible en exceso, con personajes mayoritariamente unidimensionales; desafortunadamente, todo esto resulta decepcionante pues no concuerda en absoluto con el tono que la película pretende conseguir.

7/10.

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